Xataka – Las viejas aspas de los molinos eólicos encuentran un nuevo destino: frenar la desertificación en China
China ha encontrado una manera ingeniosa de darle una segunda vida a los gigantes que alguna vez dominaron su paisaje energético. Las palas de los aerogeneradores, que empiezan a jubilarse tras 20 o 25 años de servicio, se están convirtiendo en algo más que un producto difícil de reciclar: ahora sirven para frenar un enemigo que avanza en silencio, la desertificación.
Una barrera contra la arena. Investigadores del Research Station of Gobi Desert Ecology and Environment, bajo la Academia China de Ciencias, han encontrado la manera de transformar las viejas palas de los aerogeneradores en barreras porosas contra la arena. Se trata de una solución que aprovecha la coincidencia geográfica: muchos de los parques eólicos del oeste de China están instalados en regiones áridas o semidesérticas, justo donde más falta hacen medidas de control del avance del desierto.
Un proceso bastante simple. Las turbinas se cortan, perforan y procesan hasta convertirlas en estructuras porosas. El viento puede atravesarlas, pero de manera controlada: lo suficiente para atrapar la arena y alterar su flujo. En las pruebas de laboratorio demostraron que estas barreras son 14 veces más resistentes que los tableros de madera compuesta y que soportan sin problemas la radiación ultravioleta, el calor extremo y la abrasión constante de la arena.
Después de ello, los experimentos en túneles de viento y simulaciones informáticas confirmaron que reducen de forma significativa el transporte de arena a nivel del suelo. A diferencia de los métodos tradicionales —como las barreras de paja o caña, que se descomponen con rapidez—, las nuevas estructuras están diseñadas para resistir durante años en condiciones extremas.
Un beneficio doble. El valor de esta innovación va mucho más allá de la ingeniería. Las nuevas barreras ofrecen a comunidades enteras una protección más estable frente a tormentas de arena que destruyen oasis y cultivos. El ejemplo más claro es Dunhuang, en la provincia de Gansu, que situada en el borde del desierto de Kumtag, apenas un 4,5% de su superficie está cubierta por oasis, y sus famosos tesoros culturales —como las grutas de Mogao— llevan décadas amenazados por la arena.
Por su parte, el proyecto responde a una necesidad más urgente: el reciclaje masivo de palas eólicas. Según China Daily, durante el 14º Plan Quinquenal (2021-2025) se espera que se retiren más de 1,2 millones de kilovatios de capacidad eólica y en el siguiente plan (2026-2030), la cifra podría alcanzar los 10 millones de kW anuales. Ese volumen de residuos plantea un problema ambiental, pero también una oportunidad para transformarlos en recursos útiles allí mismo donde se producen.
Buscando soluciones antes del residuo. El reto ahora es escalar la tecnología. Los ensayos de campo continúan para adaptarla a distintos climas y desiertos, y el potencial es enorme: convertir un residuo incómodo en una herramienta clave de gestión ambiental.
China, que ya lidera la capacidad renovable mundial, muestra con proyectos como este cómo su estrategia va más allá de instalar paneles y molinos: se trata de cerrar el círculo, aprovechar los residuos y, de paso, proteger territorios frágiles frente a la desertificación. La transición energética no solo produce electricidad: también puede reescribir el paisaje.
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Las viejas aspas de los molinos eólicos encuentran un nuevo destino: frenar la desertificación en China
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Alba Otero
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