Xataka – 24 horas dentro de la Comic-Con de Málaga: carnaval de cosplayers, badulaques de peluches y una ciudad abarrotada
«Había que venir», me dicen Pedro y María, que esperan pacientemente en el abarrotado autobús de camino a la Comic-Con, en el distante Palacio de Congresos de Málaga, a media hora del centro de la ciudad. Abarrotado de lobeznos, leias, narutos y miércoles addams, nos apretujamos entre los malagueños que cojen habitualmente ese autobús cada día a la misma hora, pero con mucho menos carnaval a bordo. El vehículo ya no admite más pasajeros y el conductor tiene que ponerse en pie para gritar a la fila de (muy obvios) asistentes a la Comic-Con que se quedan en tierra porque no caben más que por detrás viene otro autobús que va directo al Palacio de Congresos.
Las caras de decepción son inevitables, pero más vale que se vayan acostumbrando, porque la Comic-Con es un 5% aspiración, 5% espiración, y el 90% restante, hacer cola. Para acceder a los salones de actos, para entrar al propio Palacio de Congresos, para conseguir comida o beber agua y, dentro de la zona de expositores, para comprar en las tiendas. Y no todo el mundo está contento con la gestión de las colas, que como hemos explicado a menudo en referencia a los parques de atracciones, es todo un arte.
En cualquier caso, el buen humor impera entre la mayoría de los asistentes, coronados por tocados extravagantes, prótesis de gomaespuma, pelucones imposibles o, por qué no, trajes muy económicos comprados de urgencia en AliExpress. Eso es, ante todo, la fiesta de la Comic-Con: un desfile de gente disfrazada, en tonos y estilos que van de lo más sofisticados a lo más caseros, y que dan un ambiente colorista y único al evento.
«Vengo de Galicia con mi pareja, fue él quien me introdujo en este mundo, aunque ya era algo que estaba dentro de mí, me gusta disfrazarme desde que soy pequeña», nos dice Patricia, perfectamente ataviada de Wonder Woman. «Era un evento muy importante, siempre en Estados Unidos y aquí por primera vez, y tenía que venir», nos cuenta, casi repitiendo las palabras de Pedro y María. También por libre ha venido Rubén, pero en una clave casi más extrema, enfundado en una sofisticada (pero completamente casero) caracterización de Vegeta, de ‘Dragon Ball’: «Siempre me ha interesado el cosplay, pero es mi primera vez». Y también ha acudido al margen de sociedades o tribus: «Cuando salieron las entradas las compré, y como no me quiso acompañar ningún amigo, vine solo»
Es una mezcolanza de ingredientes muy particular, la que permite ver a Batman haciéndose una foto con la protagonista de ‘Silksong‘, mientras el improbable encuentro es amenizado por el frenético concierto, a golpe del SID del Commodore 64, de Narcisound interpretando las orientales melodías de ‘The Last Ninja’. Ese choque de generaciones e intereses es lo que da vida a un evento como este.
A comprar
Eso y el merchandising. Las mercaderías, que diría Yogurt de ‘Spaceballs’ (guiño para fans que ya rebasan la cuarentena): en la zona de tenderetes y badulaques encontramos peluches de gatos salidos de los memes más oscuros de internet, pegatinas de las ‘K-Pop Demon Hunters‘, katanas auténticas pero saldadas a 45 euros y, cómo no, los inevitables Funkos. Fueron estos muñecos coleccionables los que protagonizaron una de las primeras polémicas de la edición: unos ejemplares de coleccionista que solo se vendían en el evento desaparecieron rápidamente, cuando unos pocos compradores arramblaron con todos los ejemplares disponibles después de horas de cola.
Esta zona de stands es la más concurrida de la edición, y donde se mezclan como una exquisita tentación post-capitalista las aficiones más oscuras de los visitantes y el merchandising más improbable. Pero no todo eran compras contrarreloj: los visitantes también se agolpaban para subirse a la moto de ‘Tron Ares’ (secuela de la que se verá un avance en exclusiva en los próximos días), para hacerse una foto frente a un colosal Bowser de Lego o para rebuscar en los cajones de ofertas de videojuegos, en alguna que otra tienda de segunda mano.
No eran los puestos más extravagantes: un banco promocionaba la manipulación con IA de fotos hechas en su mismo stand… que estaba situado al lado del Artist Alley, la zona de refugio y compadreo de los dibujantes, que comentaban con suspicacia la falta de previsión de la organización al ubicar el espacio del banco justo ahí, al lado del gremio que con más temor contempla el advenimiento de las IAs generativas. Es, también, parte de la naturaleza de la Comic-Con: un batiburrillo de esencias que, muy a menudo, se llevan a matar.
Porque, obviamente, no todo es de color rosa kawaii. Las quejas por las colas, como decíamos más arriba, han sido constantes entre quienes se ha. acercado al Palacio de Congresos: son el mínimo común denominador de cada rincón del evento, como han descubierto con disgusto algunos visitantes (un rápido paseo por las redes sociales de la Comic-Con permite tomar el pulso al descontento).
Así nos lo expresaba Azahara, a la que le quedan un par de horas por delante para acceder a la tienda de Funkos: «Suelo ir al Salón del Manga de Barcelona, y aunque no va tanta gente, también es un evento multudinario, y está mucho mejor organizado. Haces colas, pero son colas fluidas, ordenadas». Pedro y María también coincidían: «el tema de las colas es peor de lo normal, la verdad». Podría parecer que los 30.000 visitantes al día que calcula la organización pueden haber desbordado parcialmente el evento, que también ha recibido abundantes quejas por los precios y escasez de la comida, a una hora crítica en la que se generaban… más colas.
En el autobús de vuelta, con el sol a media asta comunicándonos que ya está bien por hoy de aficiones y patrocinios, el cansancio marca los rostros desencajados (y desenmascarados) de Spider-Man y Deadpool, ambos con señales en el rostro de una batalla mucho más cruenta que las que vemos en las películas de Marvel. Han hecho más colas de las que el cuerpo humano está dispuesto a tolerar en un solo día.
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24 horas dentro de la Comic-Con de Málaga: carnaval de cosplayers, badulaques de peluches y una ciudad abarrotada
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John Tones
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