Xataka – En el siglo XIX no estaban especialmente tristes, pero nadie sonreía en las fotos. Aunque tenían razones para ello
Es extraño toparse con una foto actual en la que no sonríe nadie. Si la vemos, suponemos que algo pasa: o se quiere dar una imagen seria, o sucede algo que desconocemos, o la intención es, precisamente, ir a la contra, no sonreir. Sin embargo, hubo un tiempo en la que lo habitual era no hacerlo, no mostrar la más mínima emoción en las fotografías. ¿A qué se debe esta actitud? ¿Tan tristes estaban en la Inglaterra victoriana, la España de principio de siglo y demás? En realidad, hay una explicación muy sencilla.
La exposición. Todos sabemos que en los primeros días de la fotografía, es decir, entre 1840 y 1880 aproximadamente, las cámaras requerían que las personas permanecieran completamente inmóviles durante varios segundos, o incluso, en las fotos más primitivas, minutos. Mantener una sonrisa natural durante tanto tiempo era incómodo, y el cansancio acababa convirtiendo una sonrisa natural en una mueca agarrotada. Además, cualquier movimiento daba como resultado una imagen borrosa, con lo que se corría el riesgo de que el modelo saliera en la foto con un borrón en la cara como un espectro de ultratumba. De ahí la costumbre, mucho más sencilla y accesible, de permanecer con un gesto relajado.
Fotografías dignas. Pero llegó un momento en el que las fotografías no exigían más que un instante de exposición, y ahí seguían los modelos con caras largas. ¿A qué se debía? En realidad no era una cuestión técnica, sino de cómo se entendía la fotografía. Quizás con una visión heredada de cuando un retrato era un lienzo que tardaba días en realizarse, exigía un esfuerzo para pintor y modelo, costaba dinero y no se podía reproducir, sino que quedaba como una pieza única. Por todo ello el retrato estaba revestido de cierta siolemnidad. Daba igual que estos nuevos retratos fueran mucho más sencillos y rápidos de realizar: conservaban el aura de dignidad y ocasión especial de los óleos.
Ejemplo: los muertos. Las legendarias fotos de difuntos o fotografía post-mortem son un ejemplo perfecto para entender cómo se percibió el medio durante un tiempo. Fueron una práctica sorprendentemente común durante el siglo XIX y principios del XX y tenían un propósito muy claro: siendo aún un medio poco extendido, la fotografía era la única oportunidad que muchas familias tenían de conservar un retrato del difunto, ya que no se las había podido hacer en vida (y con la alta mortandad infantil de otras épocas, más todavía). Además, con este aura de dignidad y pompa que tenía la fotografía, ésta se incorporaba al elaborado proceso de duelo victoriano.
Sonreir mal. En el siglo XIX, sonreír abiertamente en público o en retratos se asociaba a menudo con frivolidad, falta de seriedad, o incluso con la embriaguez. Las personas educadas y respetables mantenían una compostura seria. Si en alguna ocasión habéis visto material de la época de tono, digamos, libertino, veréis qué sonrisas más contagiosas. No es que en el siglo XIX y principios del XX no se supiera sonreir: era la circunstancia en las que se hacían las fotos. Por eso se han encontrado fotos hechas en ámbitos más familiares, en fiestas con parientes muy cercanos o amigos íntimos, donde se pierde algo de esta rigidez y se sonríe ampliamente.
Sonreir mal, segunda parte. Y si empezábamos con una razón tan prosaica como «es más fácil no sonreir que sonreir», acabamos con otro motivo igualmente práctico: las sonrisas hace ciento cincuenta años eran terribles. La higiene dental era mucho peor que la actual y las dentaduras estaban llenas de orificios, en el mejor de los casos. A la hora de pasar a la posteridad, era normal que los modelos decidieran no enseñar los dientes.
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En el siglo XIX no estaban especialmente tristes, pero nadie sonreía en las fotos. Aunque tenían razones para ello
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John Tones
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