Xataka – Qué ocurre si un país de 55 millones de habitantes decide unilateralmente no vacunarse: Tanzania ya lo ha hecho y eso tiene implicaciones en todo el mundo

Qué ocurre si un país de 55 millones de habitantes decide unilateralmente no vacunarse: Tanzania ya lo ha hecho y eso tiene implicaciones en todo el mundo

El 2 de febrero de febrero, el ministro de sanidad de Tanzania anunció que el país «no tiene planes para aceptar vacunas COVID-19» porque aún no se había demostrado «clínicamente que esas vacunas son seguras». No era una novedad en sentido estricto: el presidente tanzano, John Magufuli, declaró al país libre de COVID-19 debido a la intervención de Dios en junio tras semanas sin publicar datos epidemiológicos.

En la misma rueda de prensa del día 2, ministra y funcionarios bebieron un tónico a base de jengibre, limón y ajo que, según indicaron, sí era una manera natural de acabar con el virus. Que los antivacunas siguen ahí, lo sabíamos; que iban a embarrar el debate público en torno al coronavirus, lo hemos visto; pero que un país entero, con sus 55 millones de habitantes, iba a decidir no utilizar las vacunas, no estaba entre nuestros planes.


Y tras ver la facilidad del virus para atravesar fronteras o sufrir en carne propia cómo la probabilidad de nuevas cepas aumenta a medida que el virus circula libremente, la decisión de Tanzania pone muchas dudas encima de la mesa. ¿Qué impacto puede tener esto en el resto del mundo? ¿Se convertirá en un enorme repositorio del virus que alargará a nivel global la vuelta a la normalidad? ¿Podremos recuperarla en algún momento?

Un problema que va más allá de Tanzania

President John Magufuli with Dr. Salem Al Ismaily El Presidente John Magufuli con el Dr. Salem Al Ismaily

Aunque la mayor parte de África tiene un gran problema con los datos epidemiológicos, la situación en Tanzania es clamorosa. Desde abril de 2020, las autoridades no publican nada sobre el COVID y, como digo, desde verano la posición del Gobierno es que el virus no existe (o es residual) en el país. De hecho, como la Oficina Regional de la OMS para África explicaba en The Lancet, ni siquiera les consta que se hayan implementado algún tipo de medidas preventivas o restricciones para proteger a la población.

Y, claro, esto no solo es un problema dentro de las fronteras de Tanzania, también lo es en el exterior. «No cooperar lo hará peligroso para todos» y comprometerá los objetivos del desarrollo del continente, decía John Nkengasong, director del Africa Centres for Disease Control and Prevention. Al fin y al cabo, más allá del espaldarazo que para el movimiento antivacunas supone la estrategia del país africano, en un mundo globalizado la existencia de países que deciden deliberadamente no controlar el virus suponen un problema extra.

¿Qué repercusiones tiene todo esto?

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Tanzania no es el único país que «está libre de COVID»: Corea del Norte y Turkmenistán también gozan de ese (dudoso y autroproclamado) estatus. No obstante, Tanzania es el más peligroso. Sobre todo, porque nadie sabe a ciencia cierta cómo está la situación de la pandemia en la mayor parte del continente. Aún en el caso de que podamos poner barreras epidemiológicas (con cuarentenas obligatorias para viajeros, controles fronterizos, etc…), la circulación del virus ya de por sí favorece la formación de variantes.

Es decir, aunque Tanzania no comprometa de forma directa al resto del mundo y donde más problemas genere es a escala local (dificultando los esfuerzos de los países de la región), lo cierto es que no es buena noticia para nadie. No es una mera anécdota. Por ahora, el virus no ha encontrado demasiadas vías para mejorar su transmisibilidad, pero no estamos en situación de confiar en que eso vaya a seguir siendo así.

No obstante, y aquí es donde reside el problema real, no parece que tengamos una forma de solucionarlo. Tanzania es un país soberano y, más allá de las sanciones que se le puedan poner a nivel internacional (y del bloqueo al que se le someta), tiene toda la legitimidad del mundo para aplicar sus propias políticas. Por muy extravagantes que sean. Así que, en el fondo, es un recordatorio permanente de que debemos reforzar (y mucho) la vigilancia epidemiológica. Algo que, como ya sabemos, no estamos haciendo bien.

El objetivo de la inmunidad de grupo cada día está más cerca, sí; pero, paradójicamente, cada día parece más complicado.

Imagen | Hugo Ramos


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por
Javier Jiménez

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