Xataka – Una vacuna que nunca se acaba: las dudas en torno a la cuarta dosis y nuestra estrategia inmunológica
«Es increíble. Hace una semana las colas daban la vuelta a la esquina y ahora no hay nadie». El taxista se refiere a un punto de testeo masivo que hay camino de la estación de tren. Yo le digo que sí, que hay que ver cómo cambian las cosas de un momento al otro y me responde que, bueno, es normal. «Las pandemias duran cuatro años, eso ya se sabe. La única diferencia es lo largo que se nos hará hasta entonces«.
No estoy seguro de que la «ley de los cuatro años» tenga suficiente respaldo empírico, pero sí tengo la sensación de que el conductor dio en el clavo en algo: la conversación sobre la pandemia se está convirtiendo en una conversación sobre cuándo se acabará todo. ¿Cuándo se acabarán las mascarillas? ¿Cuándo se acabarán los pasaportes? ¿Cuándo se acabarán las vacunas?
Esto último, con la agravante, de que (aunque hace más de un mes que España empezó a poner la tercera dosis de la vacuna del coronavirus a todos los mayores de 18 años y ya hay unos 16 millones de personas con esa dosis de refuerzo) los últimos análisis de autoridades como el CDC norteamericano señalan que la eficacia de las vacunas de ARNm cae por debajo del 80% al cuarto mes de la tercera inyección. ¿Es que no se va a acabar esto nunca?
«Un despropósito desde el punto de vista inmunológico»
Lo cierto es que durante estos dos años de pandemia casi todas las posibilidades han estado encima de la mesa: desde los expertos que avisaban que encontrar una vacuna podía ser algo difícil y lento, hasta los que aseguraban que estábamos cerca de las vacunas esterilizantes que pusieran punto final a la pandemia. Pasando, por supuesto, por la idea de que con dos dosis bastaría para mantener las curvas a raya o que la vacunación sería anual.
Sin embargo, ahora nos encontramos en una situación compleja. Es posible que la efectividad de la tercera dosis caiga rápidamente, pero no hay motivos para pensar que una cuarta mejoraría sustancialmente la respuesta inmunitaria a medio plazo. De hecho, los datos preliminares que nos llegan de Israel no hacen más que confirmar que los beneficios son muy menores.
A esto tenemos que sumar que, como explicaba hace unas semanas Marco Cavaleri, jefe de vacunas de la Agencia Europea del Medicamento (EMA): «si bien el uso de dosis adicionales de refuerzo puede ser parte de los planes de contingencia, las vacunaciones repetidas en intervalos cortos no representan una estrategia sostenible a largo plazo«. Tanto es así que la EMA (que se puso de perfil con la tercera dosis) ya ha declarado que no ve necesaria una cuarta dosis generalizada.
José Gómez Rial, investigador del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela, iba más allá y decía en el Vaccine Media Hub que «una estrategia basada en dosis de refuerzo cada pocos meses es un despropósito desde el punto de vista inmunológico». Lo que no está claro es si también lo es desde el punto de vista político. Ya hemos visto cómo se introducían medidas de gestión sanitaria con evidencia más que dudosa y sabemos que, para asegurarse capacidad productiva e industrial (y no se repitieran problemas como los de AstraZeneca), los gobiernos europeos ‘compraron’ muchas vacunas. Más de las que podrán poner a sus ciudadanos.
¿Qué alternativas tenemos?
La pregunta fundamental en este momento es qué alternativas tenemos si, por un lado, la efectividad de las vacunas baja o surgen nuevas variantes y, por el otro, poner dosis de recuerdo no tiene demasiado sentido. Y la respuesta más evidente es adaptar las vacunas a las nuevas cepas. Hay que recordar que las vacunas que estamos usando están diseñadas para la cepa original y que, pese a que se ha dicho muchas veces que se podían actualizar rápidamente, no se ha hecho.
Si como señalan expertos como Ignacio Molina, catedrático de inmunología de la Universidad de Granada, en elDiario.es «es probable que en el futuro sea necesario vacunarse periódicamente, aunque todavía no sepamos cada cuánto tiempo«, lo razonable es que vayamos a un modelo (sea anual o no) basado en la identificación global de variantes peligrosas y en el desarrollo rápido de vacunas contra ellas. En eso, la gripe tiene mucho que enseñarnos.
La imprevisibilidad de la gripe nos ha obligado a tener procesos de desarrollo, fabricación y autorización de vacunas muy rápidos; de pocos meses si queremos estar preparados ante una cepa «potencialmente pandémica». Para que nos hagamos una idea, desde que se identifica la presencia de un nuevo subtipo viral hasta que se consigue una forma híbrida estable de él con el que fabricar las vacunas se tardan unas tres semanas. En ese tiempo se debe encontrar la variante genética más interesante, comprobar su seguridad y certificar que puede crecer en huevos embrionados. Luego queda producir las vacunas, distribuirlas y, por supuesto, aprobarla.
En Europa existen dos forma básicas de aprobar una vacuna de este tipo. La primera es, esencialmente, el que hemos visto hasta ahora con las vacunas del coronavirus: el procedimiento de emergencia. El otro procedimiento es más rápido y es hacia el que deberían moverse las vacunas de COVID-19 si finalmente necesitamos una vacunación anual. Son las «vacunas molde» (mock-up vaccines). Un sistema que se empezó a usar en 2004 y se basan en el desarrollo de vacunas con «cepas prototipo» de tal forma que, cuando aparece un subtipo pandémico nuevo, se puede acelerar el proceso una producción rápida de vacunas frente a la cepa adecuada. Si la vacuna está producida de manera idéntica, se espera que la respuesta en la población sea la misma y tenemos datos que nos permitan predecir su perfil de seguridad, la aprobación es tremendamente rápida.
Aquí está la clave del futuro de la vacuna. Si nos vamos a un esquema anual (aunque solo afecte a la población de riesgo), la lógica regulatoria nos dice que, en los próximos meses, autoridades sanitarias y farmacéuticas deberían dar los pasos para habilitar el procedimiento de «vacunas molde». Aún no se han dado esos pasos. Entre otras cosas, porque como el caso de Israel demuestra, el escenario de la cuarta dosis aún no ha sido descartado a nivel internacional. Pero el tiempo pasa, las evidencias se acumulan y la población se impacienta. Llevamos demasiado tiempo de pandemia como para seguir en medio de estas enormes incertidumbres.
Imagen | Sergio Pérez/Reuters
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La noticia
Una vacuna que nunca se acaba: las dudas en torno a la cuarta dosis y nuestra estrategia inmunológica
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Xataka
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Javier Jiménez
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