Xataka – No cuentes conmigo: esto es lo que pasa cuando una lengua no tiene palabras para los números
Hay muchas culturas que no tienen números y es el caso de los cazadores-recolectores que viven en las profundidades de la Amazonia, a lo largo y ancho de los afluentes del río más grande del mundo. En lugar de utilizar palabras para cantidades exactas, solamente utilizan términos básicos para decir “unos pocos” o “algo”.
Por el contrario, nuestras vidas están llenas de cifras y, mientras estás leyendo este texto, eres consciente de la hora que es, tu edad, el saldo de tu cuenta corriente, cuánto pesas, etc. La posibilidad de pensar en números exactos influye en todo, desde nuestros horarios hasta nuestra autoestima.
Si nos atenemos a la historia, fijarse tanto en los números es algo inusual. En comparación con los 200.000 años de historia de nuestra especie, no ha sido hasta muy recientemente que hemos contado con formas de medir cantidades con precisión y, en los cerca de 7.000 idiomas que existen en la actualidad, los números se utilizan de forma muy diferente.
Los hablantes de lenguas anuméricas, o sin números, nos permiten investigar hasta qué punto la invención del sistema numérico ha cambiado la vida humana. En uno de mis libros recientes me dedico a investigar sobre cómo los humanos inventaron los números y cómo posteriormente jugaron un papel crítico en otros acontecimientos, desde la llegada de la agricultura a la creación de la escritura.
Culturas sin números
Entre las culturas sin números, o con sólo uno o dos números exactos, se incluyen las culturas Munduruku y Pirahã en la Amazonia. Los investigadores también han estudiado a personas adultas en Nicaragua a las que nunca se les había enseñado palabras específicas para los números.
Sin números, los adultos humanos sanos tienen dificultades para diferenciar con precisión o recordar cantidades tan pequeñas como cuatro. En un experimento, un investigador colocaba frutos secos en una lata de uno en uno, para después sacarlos de uno en uno.
Al sujeto se le pide que avise cuando ya se hayan sacado todos los frutos secos de la lata y las respuestas nos hacen ver que las personas anuméricas tienen problemas para controlar cuántos frutos secos quedan en la lata, aunque solo haya cuatro o cinco en total.
Tanto éste como otros muchos experimentos se llegó a una conclusión simple: cuando la gente no cuenta con palabras para los números, tienen que esforzarse para distinguir cantidades que a nosotros nos parecen de lo más normales. Mientras que solo una pequeña parte de las lenguas del mundo son anuméricas o casi anuméricas, las palabras para los números no son un denominador común universal.
Cabe destacar que las personas anuméricas son normales a nivel cognitivo según un estudio publicado en Cambridge, habiéndose adaptado sin problemas a su entorno durante siglos. Como hijo de misioneros, pasé algunos de mis años más jóvenes con indígenas anuméricos, como la ya mencionada cultura pirahã a lo largo de las orillas sinuosas del río negro Maici. Al igual que otras personas ajenas a esta cultura, me impresionaba continuamente que tuvieran una capacidad de compresión superior sobre la ecología fluvial que teníamos en común.
Sin embargo, las personas que no utilizan números tienen problemas para aquellas tareas que requieren una distinción precisa entre diferentes cantidades. Puede que no sea muy sorprendente porque, si no saben contar, ¿cómo van a diferenciar si hay siete u ocho cocos en un árbol? Algo tan sencillo se vuelve muy confuso a los ojos de las personas que no piensan con números.
Los niños y los animales
Estas afirmaciones se han visto respaldadas por varios estudios con niños anuméricos en sociedades industrializadas. Hasta que no aprenden los números en la escuela, los niños no son capaces de diferenciar cifras más allá del tres. Dependemos de los números para poder entender y reconocer cantidades más altas.
De hecho, los niños tardan años en adquirir el significado exacto de las palabras referentes a los números. Inicialmente, aprenden los números de la misma manera que las letras: reconocen que los números están organizados de forma secuencial, pero tienen poca conciencia de lo que significa cada número individual.
Con el tiempo, empiezan a entender que un determinado número representa una cifra más que el número anterior. Este “principio sucesor” es parte de la base de nuestro conocimiento numérico, pero requiere mucha práctica comprenderlo.
De ahí que ninguno de nosotros seamos en realidad una persona “de números”. Como humanos, no estamos predispuestos a tener una buena capacidad para diferenciar cantidades. Si no viviéramos metidos en tradiciones culturales que llenan nuestra vida de números desde nuestra infancia, tendríamos problemas hasta con las distinciones cuantitativas más básicas.
Las palabras que describen los números y los números escritos transforman nuestro razonamiento cuantitativo, puesto que llegan a nuestra experiencia cognitiva a través de nuestros padres, compañeros y profesores. El proceso parece tan normal que a veces pensamos que se trata de una parte natural del proceso de crecimiento, pero no lo es.
Los cerebros humanos cuentan con con ciertos instintos cuantitativos que son refinados con la edad, pero son instintos. Por ejemplo, incluso al nacer somos capaces de distinguir entre dos cantidades marcadamente diferentes, como por ejemplo, ocho de 16 cosas.
Pero no somos la única especie capaz de tales abstracciones y en comparación con los chimpancés y otros primates, nuestros instintos numéricos no son tan impresionantes como muchos presumen. Nuestro razonamiento cuantitativo instintivo básico no difiere mucho del de las aves, de ahí que en ocasiones funcione en algunas especies como los loros si les enseñamos esas herramientas cognitivas que llamamos números.
El nacimiento de los números
¿Cómo llegamos a inventar en primer lugar nuestros números “no naturales”? La respuesta la tienes, literalmente, al alcance de la mano. La mayor parte de las lenguas usan sistemas numéricos basados en 10, 20 o 5 números. Es decir, estos números más pequeños son la base de los números más grandes. Por ejemplo, el español es un lenguaje de base 10 o decimal, como se evidencia en palabras como 14 ( “cuatro” + “10”) y 31 ( “tres” x “10” + “uno”).
Hablamos un lenguaje decimal porque nuestra lengua más ancestral, la proto-indo-europea, se basaba en la forma decimal. Al igual que en muchas otras culturas, se usaban las manos para relacionarse a modo de ‘cinco dedos en esta mano es el mismo número que cinco dedos en esa mano’. Esta forma de pensar se acabó transformando en palabras que se transmitieron de generación en generación y por eso la palabra “cinco” en muchos idiomas se deriva de la palabra para “mano”.
Por eso la mayoría de los sistemas numéricos son el resultado de dos factores clave: la capacidad humana para el lenguaje y nuestra propensión para centrarnos en nuestras manos y en nuestros dedos. Esta obsesión por las manos (algo que también está relacionado con el hecho de que caminemos erguidos sobre dos piernas) ha desarrollado la creación de los números en la mayoría de las culturas, pero no en todas.
Aquellas culturas que no cuentan con números también nos ofrecen información sobre la influencia cognitiva de algunas tradiciones numéricas. Piensa en la hora que es: tu día está marcado por los minutos y los segundos, pero estas entidades no existen en un sentido físico y son inexistentes para aquellas personas que no cuentan con números en su lengua o en su cultura.
Los minutos y los segundos son vestigios verbales y escritos de un sistema numérico raro en base a 60 que se utilizaba en Mesopotamia hace milenios. Son conceptos que están en nuestra cabeza, artefactos numéricos que no todos los seres humanos heredan a nivel conceptual.
La investigación sobre el lenguaje de los números demuestra, cada vez más, que una de las características clave de nuestra especie es la enorme diversidad lingüística y cognitiva. Si bien existen puntos cognitivos en común en todas las poblaciones humanas, la diversidad de nuestras culturas hace que podamos tener experiencias cognitivas muy diferentes.
Si queremos entender realmente las diferencias cognitivas entre las culturas, tenemos que seguir investigando sobre la diversidad cultural de nuestra especie.
Caleb Everett, Profesor de Antropología, Universidad de Miami
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí
Traducido por Silvestre Urbón
Fotos | Pixabay, iStock
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