Xataka – De navío de pasajeros en el siglo XIX a ecosistema «instagrammer»: la historia del SS Ciudad de Adelaida
No sé a vosotros, pero a mí esa frase de «la vida se abre camino» me encanta, aunque sea para referirme a unos hongos que han aprovechado alguna de nuestras invasiones abandonadas. De hecho, es más o menos lo que ha pasado con el Ciudad de Adelaida, pero no con unos pocos hongos, sino con todo un ecosistema.
El SS Ciudad de Adelaida (City of Adelaide) fue un barco de vapor construido en el siglo XIX y que partía de Glasgow (Escocia) en 1893. Un navío de propósito ambicioso, dado que en esa época los viajes largos como lo era desde ese punto hasta Australia o Hawaii podían salir muy mal (que se lo digan al Titanic, que partía años más tarde y para llegar más cerca), y que efectivamente no tuvo un buen final. Aunque la naturaleza tenía un epílogo preparado que sí ha resultado bonito.
Una vida llena de calamidades
El SS Ciudad de Adelaida partía el 22 de diciembre de 1863 para ser un barco de transporte de pasajeros entre Glasgow y Melbourne, Sydney, Honolulu y San Francisco. Con algunos parones y cambios de compañías, el navío ejerció durante unos 50 años, acabando siendo un almacén de carbón.
El carbón era un combustible muy importante en ese momento y la mala costumbre de los combustibles es que, por definición, se queman. El Ciudad de Adelaida se prendió fuego en 1912 y tardaron días en apagarlo, aunque aún no lo dieron por perdido.
No inmediatamente, pero sí tres años después, alguien pensó que al Ciudad de Adelaida aún le quedaba vida para faenar, aunque parado. George Butler, hijo del que fue el primer residente europeo de la Isla Magnética, al noreste de Australia, lo compró con la intención de usarlo como rompeolas para un embarcadero en Picnic Bay, pero siendo remolcado hacia ese punto el barco encalló en Cockle Bay, la bahía que queda justo antes de Picnic Bay.
Aunque a priori la zona era menos problemática que la del canal de Suez (ni era un barco tan grande como un carguero actual), el barco encallado, sin calderas ni motor (que quitaron para hacerlo almacén) aún deteriorándose y ya en desuso, resultó ser un riesgo durante unos entrenamientos con bombarderos en la Segunda Guerra Mundial (en 1942), debido a que un mástil derribó a un bombardero causando cuatro bajas. Y el toque final llegó con el ciclón Althea, que en 1971 causó el colapso de parte del casco de acero, aunque en realidad eso fue el toque de gracia para que el Ciudad de Adelaida fuese lo que es hoy: una isla artificial llena de vida (y no una un poco contra la vida) .
Una muerte llena de vida
Dicen en la web de turismo de Townsville, justo enfrente de la costa en la que se encuentra el Ciudad de Adelaida, que el barco es un instagrammer pro y que los likes no paran de subir. De hecho, podemos encontrar fotos tan bonitas como ésta en la red:
Con los años, los restos del casco del barco han supuesto la estructura perfecta para que se hayan formado un bosque de manglares. De hecho, según cuentan habitantes de la zona (sí, hay un Reddit sobre él) que tienen el barco a la vista, el manglar empezó a crecer hace unos 20 años, con lo cual es relativamente nuevo.
Inicialmente, las dimensiones del barco eran de unos 76,44 metros de longitud y 8,63 metros de ancho. Eso es más o menos el área que ahora ocupa el pequeño bosque, cuyo crecimiento se ha visto favorecido porque los restos favorecen el sedimento de materiales y, a su vez, un respiro ante las condiciones menos propicias para el crecimiento de los vegetales superiores.
De hecho, al estar ubicado en un parque natural marino, es una zona protegida y el pequeño ecosistema no se ve perturbado por actividades como la pesca. De ahí que no haya mucho barco cercano, si bien el acecho de los turistas es inevitable, sobre todo cuando baja la marea y queda más accesible.
En las fotografías de los visitantes se ven gaviotas y algún otro ave marina. Según las especies más comunes en los manglares australianos, plasmadas en este informe de una organización gubernamental de Australia, los árboles que más se ven podrían ser Avicennia marina, caracterizados por tener un sistema de raíces especializadas (neumatóforos) para tomar aire.
En este informe, además, se habla de la importancia ecológica de los manglares de Australia (aunque más centrado en los del sur), destacando que normalmente se asocian a marismas y que, como hemos comentado, favorecen la sedimentación y así se disminuye la erosión (que es lo que se ha favorecido en los últimos años por la zona del Delta del Ebro y de ahí su reducción). Estos sedimentos, además, suponen una fuente de nutrientes para las cianobacterias, las cuales tienen un papel muy importante en la fijación del nitrógeno y otros elementos que enriquecen un suelo, como el carbono que podrán usar otras bacterias, y al final que se asocien muchas más especies (crustáceos, foraminíferos, aves, peces, etc.).
Desde luego, no hacemos ningún bien con todo lo que vamos dejando a nuestro paso, y el mar es un gran testigo de ello. Pero al menos vemos que la naturaleza es tan poderosa como para crecer de este modo tan llamativo donde en su momento hubo un gran impacto ambiental, y ahora, donde hubo motores y carbón, hay vegetación y mucha vida marina.
Imagen | Investigator 563
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La noticia
De navío de pasajeros en el siglo XIX a ecosistema «instagrammer»: la historia del SS Ciudad de Adelaida
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Anna Martí
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