Xataka – Cada vez estamos más cerca de los «úteros artificiales». Y no estamos preparados para sus implicaciones
«Bebés que hace pocos años habrían sido envueltos en una manta y dejados en un armario esperando una muerte segura ahora se van a casa con su madre en dos o tres semanas”. Así explicaba Matt Kemp, director de los laboratorios de investigación perinatal de la WIRF australiana, hasta qué punto la bizarrísima idea de ‘útero artificial’ no solo no es ciencia ficción, sino que es algo que está cada vez más cerca.
Y es que se va a cumplir un siglo desde que J.B.S. Haldane, uno de los genetistas ingleses más importantes de la historia, acuñara el término ‘ectogénesis’ para referirse a los embarazos que tendrían lugar en esos úteros artificiales. Es más, se va a cumplir un siglo desde que Haldan predijo que en 2074 menos del 30% de los embarazos serían ‘naturales’. A 50 años de ese 2074, la predicción parece más real que nunca y eso puede tener implicaciones no podemos ni sospechar.
¿Cómo de cerca estamos de poder gestar?
Actualmente, la línea de viabilidad de los fetos humanos está en torno a la semana 22 y 23 del embarazo. Ese es el momento en que los pulmones se desarrollan y, aún hoy, sigue siendo un punto crítico. Tanto es así que mientras solo un 20% de los nacidos con 23 semanas sobreviven, esa cifra escala hasta el 80% cuando hablamos de nacidos en la semana 25. Seguir empujando hacia el principio esa línea es uno de los dos grandes frentes de batalla que confluirán en los úteros artificiales: disminuir las muertes (y las secuelas) que provocan los partos prematuros (uno de cada diez embarazos actualmente en EEUU).
En 2017, un equipo de investigadores del Hospital Infantil de Filadelfia colocaron corderos con 107 días de gestación (el equivale a 23-24 semanas de gestación en un ser humano) dentro de esta bolsa que simulaba el ambiente dentro de un útero materno. Fue un éxito rotundo y abrió una línea de trabajo muy prometedora en un campo que se nos había resistido durante mucho tiempo.
Sin embargo, el reto es muy ambicioso. Primero por las limitaciones éticas que dificultan la realización de este tipo de experimentos en humanos (las metodologías tienen que estar muy maduras para recibir el OK de los comités de bioética). Y segundo por las complicaciones técnicas inherentes: como señalaba Matt Kent cosas tan básicas como bombear sangre a fetos muy inmaduros son un problema tecnológico de primer nivel, se necesita una presión que los tejidos no pueden aguantar bien.
El otro frente de batalla está en el desarrollo de embriones y en esto también hemos avanzado bastante. No faltn ejemplos: el profesor Yoshinori Kuwabara y su equipo de la Universidad Juntendo en Japón fueron capaces de gestar embriones de cabra en una máquina con tanques llenos de fluido amniótico. La profesora Helen Hung-Ching Liu, del Centro de Medicina Reproductiva de la Universidad de Cornell, también consiguió llevar casi a término el desarrollo de un embrión de ratón gracias a un endometrio desarrollado mediante bioingeniería. Pero, su experimento más famoso (y controvertido) consistió en incubar un embrión humano durante diez días.
¿A dónde nos lleva esta tecnología?
Los beneficios médicos están claros: esta tecnología podría ayudar a parejas con problemas para tener hijos o ayudar a sobrevivir a bebés prematuros. El embarazo y el parto son procesos extremadamente duros y muchos teóricos ya hablan del fin del embarazo natural como de la ‘última gran liberación de la humanidad’. Pero sobre todo, podría suponer uno de los mayores avances sociales, educativos y sanitarios en décadas. La ‘ectogénesis’ puede proveer entornos gestacionales sanos y seguros lejos de contaminantes, de drogas y de alcohol. Martha J. Farah, profesora de la Universidad de Pensilvana lleva muchos años estudiando las relaciones entre el desarrollo cerebral y el estatus socioeconómico. La generalización de la ectogenésis podría eliminar uno de los mayores focos de desigualdad que existen: las condiciones del embarazo.
No está tan claro que la llegada de este tipo de tecnologías tuvieran un impacto significativo en las tendencias demográficas actuales. Como señalaba el demógrafo Lyman Stone, «la transición a tasas de fertilidad más baja podría haber ocurrido en 1500 o 1300 o 900 o 500 aC; de hecho, probablemente sucedió en esos períodos en varios lugares, pero debido a que no sucedió al mismo tiempo que el crecimiento económico masivo para mejorar el nivel de vida, mejorar la supervivencia infantil y compensar las pérdidas de población por la caída de la fertilidad, nunca se mantuvo». Es decir, se trata de un problema mucho más profundo (y está enraizado en la cultura, la productividad y las relaciones sociales) como para que una solución tecnológica de este tipo pueda darles la vuelta.
En cambio, las consecuencias éticas, morales y legales aún no están del todo claras. Ni los cambios sociales: ¿qué consecuencias para el comportamiento social tendrá la igualación radical de la inversión de ambos progenitores en el proceso de gestación? Samantha Allen, del Daily Beast, se preguntaba sobre qué pasaría si el útero, la parte más ‘politizada’ del cuerpo de la mujer, se ‘externalizaba’ y concluía que cambiaría el feminismo para siempre. O dicho de otra forma: sacar el embarazo del cuerpo de la mujer supondría un cambio tan radical que no somos capaces de imaginar el tipo de mundo que vería la luz. Aunque lo más probable es que no tardemos mucho en conocerlo.
Imagen | Hush Naidoo Jade Photography
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Cada vez estamos más cerca de los «úteros artificiales». Y no estamos preparados para sus implicaciones
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Javier Jiménez
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